Un cumple perfecto

Nunca había hecho nudismo y era mucho el tiempo que llevaba queriendo disfrutar de esa maravillosa sensación de libertad en el mar. Él lo sabía. Sabe que adoro el contacto del agua salada, más aún si el baño es en su compañía y la de sus dulces labios. Por ello, tras varios días insistiendo para que le dijera qué “algo” especial quería que hiciéramos en mi cumpleaños, aceptó mi propuesta de pasar el día juntos y desnudos en la conocida playa de La Tejita.

El día señalado parecía no llegar. Me moría de ganas de verlo, aunque aún no se cumplía una semana desde la última vez. Me sugirió que nos encontráramos en su casa, no habría nadie, pero mi excesiva vergüenza para ciertas cosas hizo que hasta el día de hoy me arrepienta de haberme negado, pues meses más tarde entendí algunas cuestiones que en ese momento no creí importantes, pero que luego descubrí que sí lo eran. O quizás me negaba a verlas, no lo sé. El caso es que finalmente acordamos vernos en una gasolinera que quedaba de paso para comer algo antes de llegar a nuestro destino.

Llegados ambos al punto de encuentro me pidió que me acercara y entrara un instante a su coche. Para mi sorpresa, el niño tenía unos regalitos para mí. Las ganas de matarlo afloraron en mí a la misma velocidad que mis mejillas se tiñeron de rojo. Lo paso fatal con estos convencionalismos, pero he de reconocer que me sentí muy mimada y eso no está del todo mal, sobre todo cuando vi el contenido de los paquetes y me di cuenta de que los dos los disfrutaríamos. El primero fue algo que muchos y muchas ya conocéis, una preciosa prenda de lencería blanca que cualquier mujer querría probarse de inmediato. El otro, también muy sugerente, fue un pack erótico de chocolate para “escribir” en nuestros cuerpos como si de tinta china se tratara y no lo digo sólo por su estética oriental. Por último, me regaló un pequeño pircing cuya divertida anécdota hace que guarde con especial cariño. Muchos besos e insultos tontos después nos pusimos de nuevo en marcha.

Era jueves, pero aún así había bastante gente. Colocamos nuestras toallas, nos desnudamos por completo y al agua que nos fuimos. El mar estaba un poco revuelto y; pese a que no nos impidió disfrutar como niños bromeando sobre cuántas de las personas allí presentes sería un perfil más de esta página, si alguien nos reconocería o, simplemente, de cómo diablos íbamos a hacer para salir del agua sin morir en el intento (ya yo había estado a punto de ahogarme de tanto reírme); sí que nos frustró nuestro intento de disfrutar de las mieles del sexo en el mar. También es cierto que el propio intento y esas fugaces penetraciones antes de que la fuerza de las envidiosas olas nos volvieran a separar, eran maravillosamente indescriptibles.

La suma del morbo y el hambre que sentimos el uno por el otro siempre que estamos juntos, potenciados por el hecho de estar desnudos ante la mirada de otras personas, hizo que decidiéramos buscar un lugar un poco más apartado, así que pusimos rumbo a unas calas que hay cerca del polígono de Granadilla.

Tras subir y bajar por la orografía de la costa como si de dos exploradores se tratara, pasando por zonas en las que ya había bañistas, llegamos al rinconcito adecuado. Nos sacamos algunas fotos que inmortalizaran nuestra aventurilla y dimos rienda suelta a la pasión.

Me puso contra una de las paredes que cercaba aquel idílico trocito de paraíso, separó mis piernas y me penetró mientras el aire que exhalaba acariciaba mi cuello. Cada estocada suya me llevaba a la gloria. Es imposible de explicar el cúmulo de sensaciones que me atraviesan el cuerpo cuando me empala. Lo mejor es saber que es consciente de ello, lo que nos vuelve terriblemente locos a ambos. Me sentía en el puto cielo, recibiendo aquel otro regalo de cumpleaños. Fue entonces cuando me percaté de que se acercaba un hombre. Ya lo había visto antes. Era una de las personas que estaba tomando el sol en una de las zonas de baño por las que habíamos pasado. Probablemente intuyó nuestras intenciones y quiso unirse a la celebración, pero no era su día de suerte. Automáticamente me alejé, y con toda la educación que lo caracteriza, él hizo entender a aquel atrevido desconocido que aquella, era una fiesta privada.

Seguimos con nuestro ritual de risas y mimoseo durante un buen rato, y tras otro intento fallido de sexo outdoor, decidimos volver al punto de partida a buscar su coche. Sin embargo, antes de parar en el aparcamiento de La Tejita, donde lo había dejado estacionado, le pedí que me indicara dónde estaba la famosa zona de Hermano Pedro. Llegamos hasta arriba, y al volver quise aprovechar que estábamos allí para hacer lo que nadie dice y todos saben.

Estaba jodidamente cachonda después de haber pasado todo el día con sólo unas pequeñas dosis de la droga que este chico es para mí y aunque sólo eran las seis y algo de la tarde, por lo que era poco probable que alguien pudiera ser espectador de nuestro show, quise recibir mi último regalo, que no era otro que volver a casa con su esencia desbordándose de mi interior y empapando aún más mi ya húmedo bañador.

Le pedí que se sentara en el centro del asiento trasero de mi coche con su miembro listo para darme todo el placer que sólo él sabe darme, y así lo hizo. A horcajadas sobre él sentí cómo su polla me abría poco a poco hasta llegar a ese punto mágico que sólo él, con su grandeza, alcanza. Una vez más el descontrol se apoderó de mí. Comencé a moverme como sé que le gusta que lo haga. Y así como él dice que el vaivén de mis caderas le puede, a mí me mata verlo disfrutar conmigo. Esto, junto a todo lo vivido durante el día y lo excitante de la situación en la que nos encontrábamos, consiguió que se diera uno de esos momentazos en los que llegamos juntos al orgasmo. Incluso ahora, casi un año después de ese día, siento cómo mi coñito palpita recordando y pidiendo a gritos otra dosis de su corrida derramándose dentro de mí. Eso sí que es un maldito privilegio ¡joder!

Lo curioso y surrealista de aquello, fue que mientras tratábamos aún de recuperar la compostura, aparcó junto a nosotros un coche del que se bajó un chico loco por masturbarse. Pudo haber sido testigo de nuestras escenita, saciando un poco mi vena exhibicionista, pero el destino quiso que llegara unos minutos tarde. A fin de cuentas, como ya dije, era una celebración de dos. Otro detalle anecdótico para cerrar un cumple perfecto.

Nunca olvidaré ese día. Es una de las mejores historias que he podido añadir a mi diario de aventuras con él.