La espera se había hecho eterna. Unos dos meses sin poder verlo más allá de una pantalla, acumulando mis ansias día tras día, extrañando su forma de mirarme, su manera de tocarme, su olor… su sutil, embriagador y jodidamente excitante olor. Por suerte, ya sólo era cuestión de horas.
Desde hace prácticamente un año me reservo sólo para él. Sé lo mucho que le gusta saberme suya y sólo suya. Pero no creo que sea consciente de cuánto me gusta a mí sentir que lo soy al tiempo que sé que él es mío y sólo mío. Aún con todo ello, y sabiendo que cualquier cosa puede pasar en esta extraña relación que hemos construido desde que nos conocimos, no esperaba lo que su morbosa cabecita había pensado para sorprenderme en mi segundo cumpleaños juntos.
El día había llegado. Apenas acababa de amanecer cuando ya estaba buscando aparcamiento en el aeropuerto para recogerlo y poner rumbo a las profundidades del norte palmero donde nos esperaba la casita que unos familiares nos habían prestado para esas fugaces vacaciones. Durante el largo trayecto, que parecía no tener fin, una extraña electricidad sacudía mi cuerpo. Una mezcla de emoción, nerviosismo, excitación… realmente, no sabría bien explicarlo. Como diría El Kanka, “soy más idiota, pero más feliz después de esta mañana”.
Lo primero que hicimos al llegar, después de besarnos como los animales sedientos de placer que éramos en ese momento, fue darnos una ducha, pues en esos días de calor extremo era una imperante necesidad. Mientras él se refrescaba, yo preparé la habitación. Había llevado mi ropa de cama por dos motivos. No ensuciar la que mis familiares habían dejado y, el más importante, quería volver a casa acompañada de mis sábanas impregnadas del perfume que se produce cuando nuestro olores se mezclan en el arte del sexo.
Salí de la ducha y fui en busca de su boca nuevamente, pero él tenía otro plan. Me agarró con firmeza por la parte trasera del cuello y me susurró al oído “quiero que vayas a la cama, te coloques en posición de sumisa y me esperes con los ojos cerrados”. Todas las mariposas del mundo revolotearon en mi estómago, mi cuerpo reaccionó al escalofrío del aire exhalado en mi oreja erizándose por completo y un húmedo cosquilleo se apoderó de mi zona íntima. No obstante, aunque durante una fracción de segundo me quedé paralizada asimilando la orden que acababa de recibir, con la mayor de mis sonrisas obedecí cual autómata.
Me encontraba en la posición indicada cuando comenzaron a oírse sonidos de plásticos y bolsas abriéndose.
- ¡No me lo creo! ¿Qué estás buscando? - Dije con el sentido de la vista anulado.
- ¿Te creías que te ibas a quedar sin tu regalito de cumpleaños o qué? - Contestó divertido sabiéndose con el control de la situación y de mí.
- Sabes que mi regalo era que vinieras, bobo.
- ¡No! Además éste tiene significado. - Replicó ya cerquita de mí, rodeando mi cuello con ese misterioso regalo - Y es que esta perrita ya tiene dueño.
No sabía ni qué hacer, ni qué contestarle. De no ser porque hubo ciertas dificultades técnicas para cerrar el candado del collar que me estaba poniendo, probablemente, me hubiera costado bastante poder reaccionar a todo lo que se agolpaba de repente mi cabeza, pero yo, muy obediente, seguía en mi posición y con los ojitos cerrados. Con el candado cerrado y la propiedad de esta perrita ya otorgada, tocaba que él hiciera uso de sus derechos.
No podía ser de otra manera, él estaba loco por darme de comer y yo estaba salivando desde el momento en el que mi olfato se percató de la cercanía de su sexo. Yo seguía arrodillada mientras él estaba de pie junto a la cama. Enredó su mano derecha en mi pelo y con la otra acercó su miembro a mi cara para que pudiera olerlo en toda su extensión como a ambos nos gusta, desde la base hasta el glande, para acabar dentro de mi boca, pudiendo así saborear esa delicia de líquido preseminal que me regala siempre que me porto como una buena chica. Después de algunas fuertes embestidas devenidas por todo el tiempo que llevábamos sin poder saciarnos el uno del otro, se tumbó en la cama para disfrutar como era debido de lo que se había ganado. Con la espalda apoyada en el cabecero de madera que decoraba la enorme cama y los brazos cruzados por detrás de la cabeza, separó las piernas para que yo pudiera acomodarme en medio de ellas y entregarme al placer de degustar con calma esa pedazo de polla a la que ahora mismo sólo yo tengo acceso.
Adoro tanto ver y oír cómo disfruta con el sexo oral, que siempre intento que sea la mejor felación que le haya hecho hasta el momento. No creo que siempre lo consiga, pero de lo que no tengo dudas es de que yo gozo cada vez más intentándolo. Me encanta hacerlo despacio, lamiendo una y otra vez cada parte de su miembro, jugando con mi lengua en el frenillo, besando y chupando su glande, inhalando en cada oportunidad que tengo, masturbándolo con una o ambas manos, alternando movimientos cortos y rápidos con otros lentos y profundos, unos golpecitos en mis mejillas siempre le gustan, o simplemente pasear su polla ensalivada por mi cara mientras lo miro a los ojos y sonrío como la zorra en la que hace que me transforme. Me enloquece que pierda el control y no pueda refrenar el impulso de sujetarme la cabeza para follarme la boca, de igual manera que me derrite que me acaricie el pelo cuando me lo como despacito. Perdí la noción del tiempo, pero siempre me sabe a poco.
- Qué mona estás con eso puesto. - Me dijo mientras yo seguía complaciéndolo. No pude contestarle más que con una tímida sonrisa y los ojitos muy achinados. - ¿Quieres ir a verte?
- No te preocupes, si a ti te gusta, no me hagas parar ahora, por favor. - Le contesté yo sacando su polla de mi boca para dejarle caer la saliva acumulada.
Tiró de mí. Agarrándome la cara con sus dos manos, me besó. Me besó despacio, como sabe que mata. Su lengua se paseó por mis labios reclamando la presencia de la mía, que no tardó en hacer acto de presencia. No sé por qué, pero desde el primer día parece que nuestros besos están jodidamente coreografiados. Mientras esto ocurría, yo me fui colocando sobre él para ese esperado momento en el que me penetra por primera vez después de mucho tiempo sin vernos. Como ya he contado en otras ocasiones, es esa primera estocada la que me hace perder el sentido, por eso dejo que su glande se pasee por fuera de mi coñito, sólo rozándose un poco, moviéndome suavemente buscando el ángulo perfecto para empalarme poquito o poco.
- ¡Joder! Esta es la mejor puta sensación del mundo. Cómo extrañaba sentirte dentro de mí, nené. - Logré decir entre gemidos paseando mi mano por su carita y sus labios.
No me dijo nada. No hizo falta. Su ceño fruncido y su mirada seria fijada en mis ojos lo dijeron todo. Y el apasionado beso que me dio a continuación completó el mensaje. Seguí moviendo mis caderas sobre él en busca de nuestro placer, aunque he de reconocer que no quería que terminase, por ello cambiaba el ritmo de tanto en tanto.
En un momento dado se escurrió por debajo de mí, dejándome a gatas. Hizo una parada para saborear mi coñito un instante y continuó su camino hasta poder incorporarse. Posó una mano en cada una de mis nalgas y, una vez más, me llevó en vuelo directo hasta el puto cielo con su lengua. Desde el clítoris hasta el culo no quedó rincón por el que no pasara. Increíble.
- ¿Dónde quieres que me corra?
- Donde tú prefieras, Ne. Para eso soy tuya.
- Voy a llenarte tus tres agujeros en estos días, así que dime dónde la quieres.
- Entonces lléname el coñito, por favor.
Se apoyó mejor en mis caderas, yo me incliné hacia delante ofreciendo mi húmeda hendidura y, una vez me había ensartado, elevé el torso y arqueé la espalda para que pudiera agarrarme del pelo y hacerme gemir sin control alguno, temiendo que me desarmara por dentro, mientras yo estimulaba mi clítoris con los dedos corazón y anular de mi mano derecha.
- ¿De quién es este coñito?
- ¡Mío! - Respondió instantáneamente con una voz grave y un tono de posesión que me eriza sólo con recordarlo.
- ¿De quién? - Volví a preguntar con rintintín,
- ¡Mío! - Soltó, esta vez acompañando la respuesta con una fuerte nalgada que me arrancó un ahogado gemido. - Eres mía, lo sabes.
Esas palabras y la profundidad de sus estocadas fueron todo lo que necesité para culminar con un orgasmo brutal. Un momento después, con mi vagina aún contrayéndose por el placer, sus manos se transformaron en garras que se clavaron en mi piel, estaba a punto de derramar toda su corrida dentro de mí.
Agotados y sudorosos caímos desplomados en el colchón. Él cerró los ojitos y yo no pude dejar de mirarlo mientras una sonrisa se dibujaba en mi rostro, pues no habíamos hecho más que empezar. Nos quedaban algo más de dos días por delante y yo ya me sentía más suya que nunca.
lapetitemort | 30/01/2022 21:13
Muchísimas gracias ^^,
salsetier | 30/01/2022 22:12
No se merecen