Eran las 14:00 horas de un lunes cualquiera. Estaba preparando todo como siempre, para recibir al primer paciente del día. Cubría la camilla con toallas, debajo la silla a un lado para que pudiera dejar su ropa al desnudarse y comprobaba que el bote de aceite estuviera lleno.
Él tenía cita a las 14:30. Era la primera vez que venía. Había contactado conmigo por medio de uno de mis anuncios. Como me gusta conocer a mis nuevos pacientes antes del primer masaje, estuve una semana con conversaciones donde me contó a qué se dedicaba, qué aficiones tenía y por qué había decidido que yo fuera su masajista, al menos en esta ocasión. Por las fotos que me había enseñado, era un tío grande, y se depilaba. -Mucho mejor para extender el aceite! - pensé en cuánto lo vi. Tenía mucho estrés a causa de su trabajo y quería un buen masaje relajante.
Se acercaba la hora de su llegada y me entraron nervios, lo que siempre pasaba con la llegada de un nuevo paciente. El vínculo que se crea entre el masajista y su paciente es muy íntimo así que las primeras veces, al menos para mí, me producen nerviosismo.
Suena el timbre, le abro y puedo ver qué es tal y como se mostraba en las fotos. Quizás algo más grande. Entró y me dio el precio de la tarifa acordada para el masaje que él había elegido.
-Pasa, desnúdate y deja tu ropa sobre esa silla, ahora vendré y comenzamos tu masaje.
Manos a la obra!