Me atrevería a decir que leerás esto Bruce, espero que te guste.
No se que ando buscando pero siento que necesito algo. A veces me faltan fuerzas para sonreír, aunque no razones. Esas voces que gritan que las siga, que saben que es lo mejor... pero vienen de muchas direcciones y no se a donde ir. Creo que me quedo aquí, entre mis dos pinos, mis asclepias, mi plantita de maría y mis girasoles secos.
Y en una de esas tardes, llegaste.
Es raro porque de normal no contesto a personas mayores de 50 años y menos les doy una forma directa de contactar, pero a los pocos mensajes ya estábamos hablando. Seguramente ese pecho que se está tornando en uno digno de osito polar, tenga algo que ver.
Al principio nos costó llegar a un acuerdo, ya que tú no querías estar chateando mucho tiempo, pero yo no quería vernos en persona sin conocerte mejor y saber que podía ser algo por lo que mereciera la pena el riesgo, tanto el tuyo como el mío. No estuvimos dos meses chateando como decías, pero si trece días.
Esta segunda temporada ya estaba teniendo un favorito. Josué, un padre de familia de 40 y tantos años con un hijo pequeño, moto y sin alianza. Lo que me gustó de él es su cercanía y la forma en la que entramos en la vida del otro desde el primer momento, de puntillas y en silencio, pero siempre presente, como dos niños que saben que lo que hacen está mal, pero ¡es tan divertido!. No le importa mandarme fotos, videos o audios sin esperar nada a cambio, y eso me gusta. Pequeños confidentes pero grandes desconocidos. Estaba empezando a tener mis dudas de quién podría ser mi nuevo favorito.
Bruce es educado, culto, hace deporte, practica música, cuida de sus animales, familiares y amigos. Hasta me recomendó algún libro para leer que ya tengo a medias, y algunas buenas canciones.
Con la escusa del café me invitaste a tu casa. Tienes una máquina que muele los granos de café directamente, del bueno, del del corte inglés. No hacía falta mucho más para convencerme.
Al entrar a la humilde morada un guardián peludo me abordó. Te pusiste a jugar con el perro, y pude observar que ¡oye!, estás muy bien, brazos y gemelos algo marcados y un culito digno de una nalgada que no te quise dar por si nos venían los vecinos, que tienes el seto podado. Me invitaste a pasar a la cocina y me hiciste uno de esos cafés tuyos. Al terminarlo y dejar la taza en el fregadero, no tardaste mucho en decir:
-¿Estás muy lejos no?.
Diste un paso para acercarte y me besaste. Empecé a pasar mis labios por los tuyos, esperando una respuesta para saber como besabas, tardé unos segundos en pillarte, pero luego fue increíble. Labios carnosos y suaves. Quizás unos besos algo húmedos por la falta de barba a la que estoy acostumbrada, pero me podría viciar con mucha facilidad a esos besos.
Me cogiste de la mano y me llevaste al salón. Sin estar allí ya te había visto correrte en ese sofá dos veces.
Empezaste a desabrocharme los botones de la camisa desde arriba, y yo empecé desde abajo. Al quitarme la camisa quedaron mis enormes tetas a la vista en un sujetador que deseabas quitarme. Lo conseguiste desabrochar al segundo intento, pero no lo quise quitar del todo hasta que las estuvieras mirando, cuando se sueltan del sujetador son aún más enormes. Me comiste los pezones y te perdiste en su inmensidad. Subiste tus deditos hasta ellos y los comenzaste a tocar de una manera increíblemente placentera. Mis gemidos aumentaron. No quería que pararas. Llevaste tus labios a mi cuello y los bajaste por mis hombros. Me estaba derritiendo entre tus dedos y esa boquita que me estaba volviendo loca.
Me pediste que me sentara en el sofá a tu lado y me abriste de pierna, colocando mi pierna derecha entre las tuyas y me empezaste a tocar el coñito, aunque por encima de la ropa interior. No estaba mal pero quería sentir tus deditos en mi clítoris, que empezaras a conocer el piercing al que te esclavizaría a lamer desde que tengamos la ocasión. Siempre he visto el piercing como una gran señal que marca el camino de mi felicidad, no tiene pérdida.
Estando de espaldas al sofá te puse la mano en el pecho empujando un poco hacia atrás para tenerte tumbado en él y miré esa polla que tenía tantas ganas de tener cerca. Quería ver que tenías para mí. Te desabroché el cinturón y te bajé los pantalones. Acerqué mi boca a ella. Me sorprendió gratamente que fueras de esos que agarran la cabeza cuando se la están chupando. Me hubiera gustado que me follaras la boca.
Después de algunos juegos acabé sentada encima tuyo, en ese sofá, cabalgando como podía a través de la ropa interior. La cosa se empezaba a poner tensa y decidí bajarme. Me senté a tu lado y me pediste que pusiera mis piernas sobre las tuyas. Te miré y sentí como las mirabas con deseo, me las agarraste y las apretaste con fuerza. Hay pocas cosas que me derritan más que un hombre que sabe cogerme y estrujarme sin tabúes ni tonterías, que me remueva y me toque con deseo de carne, de gordura, de sexo desenfrenado... mucho más que una increíble comida o un venoso pollón empotrador.
Los nervios empezaron a brotar y se te notaba. Se acercaba la hora de comer. Tu mujer podría llegar de trabajar, que estaba cerca e incluso a veces vuelve porque se olvida alguna cosas. Tu polla tan cerca de mi coñito... pero mejor nos íbamos. Que es verdad, habíamos quedado para tomar café y comer.
Me enseñaste la casa y bajamos al garaje. Vaya, al lado del coche había una moto que suele sacar a pasear los fines de semana. No los busco con moto, lo prometo.
Nos subimos en tu coche y llegamos al guachinche. Me sorprendió lo cercano que estaba de tu casa y la confianza con la que ibas, sabiendo que era tu "amante", que minutos antes había tenido tu polla en la boca y me habías tenido gimiendo entre tus dedos.
Comimos entre conversación de dos personas que parece que se conocen pero se están conociendo, aunque con alguna historia guarra de por medio. Pagaste y nos fuimos.
Me dejaste cerca de mi coche y de tu casa. Nunca me han gustado las despedidas, pero si los besos que encierran ese adiós, hasta luego, hasta nunca o hasta siempre.
Con un confuso beso pusimos punto y aparte a nuestra historia, sin antes un moderno,
-Avísame cuando llegues a casa, como los enamorados.
Me debes un beso de despedida, de los buenos.