La verdad es que siempre quise follarme a mi prima. Menudo culo y menudas tetas, mi hermano. Tenía ese culo de gelatina que vibraba al andar y unos melones de padre y señor mío. Para colmo, era una cachonda, le gustaba calentar al personal. Me mató aquel día, siendo adolescentes, cuando estando yo en su cuarto empezó a cambiarse el sujetador y me dejó ver sus tetas gigantes. Aquello se me quedó grabado en el cerebro como si fuera un asesinato. Me la habría sacado allí mismo para hacerme una paja. Menuda cabrona.
Mi oportunidad llegó no hace mucho, después de llevar ella 14 años de matrimonio. Ya corría el rumor de que se la pegaba a su marido, pero solo yo conseguí las pruebas. Bendito móvil.
Yo llevaba muy poco tiempo de mantenimiento en un hotel rural, y un buen día, entre semana, apareció ella con un tipo que no era el pringado de Félix, su marido. No me vio, claro. El tipo era su entrenador de pilates, me enteré después. No dije ni mu. Pensé que esa era la mía. Me partí el cerebro para encontrar la manera de pillarla follando en su habitación, pero era demasiado difícil. Pero conseguí otra cosa igual de buena: le saqué un par de vídeos y fotos cuando se quedaron solos en el spa del hotel. Los tortolitos se metieron mano de lo lindo. El audio no era demasiado bueno, pero si lo subías bastante se la podía oír dando gemidos. Por poco me corro viéndolos, allí escondido.
La cité en una cafetería del centro comercial de La Villa, le dije que tenía que hablarle de algo serio. La expresión de su cara, cuando le enseñé las fotos y los vídeos, era para enmarcarla:
―¿De dónde has sacado esto?
―Magia.
Me miró fijamente. Estaba atrapada.
―¿Estabas allí tú? ¿Me viste?
―¿Tú qué crees, primita?
Pasó los archivos con el dedo. Luego se apartó un poco de mí y vi que empezó a marcarlos para eliminarlos. Me abalancé sobre ella.
―¡Eh, eh, eh, quieta ahí!
Le arranqué el móvil de las manos.
―Tienes que borrar eso ―dijo amenazante.
―Todavía no.
―¿Cómo que todavía no? ¿Qué es lo que quieres?
Miré a mi alrededor y luego me acerqué a ella:
―Que me dejes chuparte las tetas.
Soltó una carcajada. Algunos comensales se giraron hacia nosotros.
―Ni lo sueñes.
―Pues a Félix no le va a gustar lo que te hace tu profe de pilates.
Aunque estaba atrapada, su expresión no era 100% de cabreo. Yo sabía que le ponía cachonda ver mi deseo. Ella era así.
―Eres un cerdo ―dijo. Se veía que le daba vueltas al coco―. ¿Qué tienes pensado?
―Que vengas otra vez al hotel, algún día entre la 1 y las 4.
Yo sabía que no me conformaría con chupárselas, era imposible. Una vez que empezara, no podría parar. Así que el hotel me venía de perlas.
―Tiene que ser entre semana ―dijo. La muy zorrita tenía media sonrisa en los labios.
―Sin problemas. Yo mismo te voy a pagar la habitación, para que veas qué bueno soy. ¿El martes que viene?
Se tomó el último sorbo de café, se puso de pie y se fue sin decirme nada. Le miré el culo de gelatina mientras se alejaba, que se bamboleaba debajo de la falda.
El martes, sobre la 1:30, toqué en la 112. Yo no quería perder tiempo, así que me desvestí y la esperé en la cama. El corazón me iba a 1000, no me podía creer que aquello estuviera ocurriendo. Ella se había metido en el baño. Cuando salió, los ojos me dieron vueltas. La zorrita se puso un conjunto de encaje color vino. Como tenía la piel muy blanca, era un espectáculo.
Yo ya estaba empalmado, y quería que ella lo viera. Di unas palmaditas en el colchón, a mi lado.
―Échate aquí, guapa.
Cuando se recostó, la boca se me hacía agua. No podía dejar de mirárselas, y no sabía ni cómo empezar. Menudos melones. Podía ver claramente sus pezones oscuros bajo el encaje.
―A ver, ¿qué es lo que quiere el señorito?
Me costaba articular, pero logré decirle:
―Lechita. Venga, sácatela ―le dije con desespero.
La tía se inclinó sobre mí y tiró del sujetador hacia abajo para dejar salir aquel pedazo de teta. Ya tenía el pezón picudo, la muy cabrona, señal de que aquello le gustaba. Se lo chupé a placer, estrujándole la teta con toda la mano. Primero una y luego la otra. Menudo festín. Sentir aquellas puntas tiesas dentro de mi boca me ponía loco. Mi lengua no paraba.
¿Saben lo mejor? Al cabo de unos minutos mi primita estaba gimiendo con mis chupadas. Su piel estaba muy caliente y algo húmeda, señales de que estaba bien cachonda. Cualquiera diría que estaba allí obligada, porque sin yo pedírselo me agarró la polla.
―Huy, qué cachondo está el bebecito. ―Empezó a meneármela y enseguida se manchó la mano, porque mi flujo cristalino no dejaba de salir―. A mí también me gusta la lechita ―dijo, y se llevó la mano a la boca para lamerla. Me miraba con cara de zorra. Era tremendo.
Ocurrió lo que había supuesto, que no quedaría la cosa ahí. Acabé comiéndole el coño, metiéndole los dedos y follándomela de lo lindo. A veces se resistía un poco o me ponía pegas, pero no era más que teatro. Tenía los mofletes y todo el cuello colorados, la piel húmeda y el coño bien cremoso. Logré que se corriera metiéndole los dedos y chupándole las tetas al mismo tiempo. En una de esas, cuando me la follaba a cuatro patas, me soltó:
―Ay, qué gorda la tienes, cabrón, qué rica.
Y yo con un hilillo de sudor corriéndome por el vientre, mirando hacia abajo, viendo aquel culo vibrante pegando topetazos contra mí.
En aquellas tres horitas me dio tiempo de follármela dos veces. Por supuesto también le pedí que me la comiera al derecho y al revés. Ni en mis mejores sueños habría imaginado algo así.
Y llegó la hora de despedirse. Estábamos recostados en la cama.
―Bueno, ya has tenido lo que querías. Ahora tienes que borrar esas fotos.
Miré hacia ella con cara de suficiencia, en plan chulo de película.
―Todavía no.
―¿Qué quieres ahora?
―Más.
Puso cara de niña enfurruñada, pero no dijo ni que sí ni que no. Le gustaba, lo sé.
Quedamos para el martes siguiente, y le dije que se trajera unos buenos tacones. Yo pensaba comprar un liguero y un juguetito.
evander | 28/06/2025 10:30
Y t pusiste las botas?