Todo tiene un precio

Todo tiene un precio

Me habría imaginado cualquier cosa, menos lo que sucedió aquella noche. Todo comenzó de la manera más inocente: Gabriela me invitó al teatro.
―Tengo dos entradas ―me dijo.
―¿Y no vas con... ?
―No quiere venir ―me cortó.

Tenía pareja, pero se habían vuelto a cabrear. Lo habían dejado desde hacía unas semanas. Yo estaba divorciado. Éramos amigos desde hacía ya unos años, a partir de que nos conocimos en un taller de cerámica al que fuimos. Congeniamos enseguida.

Así que fuimos al teatro. Nos pusimos guapitos, sobre todo ella: traje negro de arriba abajo, con una falda sobre la rodilla, escote de encaje y unas sandalias abiertas con taconazo. Era una tipa delgadita, con un pecho mediano pero un culo muy respingón, un culo brasileiro, decía yo. Tenía la piel muy blanca y una melena de esas rizadas muy abundante, como si fuera una palmera.

Después del teatro nos tomamos unas cervezas en una terraza, y una horita después, para mi sorpresa, me invitó a una ginebra en su casa. No me lo esperaba. Ya a punto de irme, seguramente porque estaba un pelín contento por el alcohol, al darle los dos besos de despedida en el salón, se me fue un poquito la mano. Estando allí de pie, ella descalza, le eché los brazos alrededor del cuerpo y la mantuve pegada a mí un poco más de la cuenta.

―Joder, qué rico hueles ―le dije en voz baja, pegando la nariz a su cuello y pasándole los labios por la piel. Una excusa barata.
Luego le busqué la boca y, al contrario de lo que yo esperaba, no me hizo la cobra. Nos dimos un par de picos y al tercero noté la punta de su lengua. Chispazo. Empezamos a morreamos. Creí que aquello se estaba desbocando y empecé a acelerarme, pero fue entonces cuando me puso el freno.
―Bueno, bueno, para ya ―me dice intentando separarse de mí. Yo no la soltaba.
―Culpa mía no es. ¿Para qué te pones tan guapa, eh? ―Ella se ríe y baja los ojos―. Lo has hecho aposta, y encima me traes a tu casa. Tienes delito.
Veo que Gabriela pone una sonrisa pícara y juguetea con las puntas de sus dedos delante de mi cara.
―¿Qué quieres de mí? ―me pregunta sin mirarme.
―¿Te lo tengo que explicar? ―le digo. Estaba realmente encendido, y su actitud me provocaba todavía más.
―Pues... si lo quieres, tendrás que pagarlo.
El disco duro se me bloqueó. Me separé unos centímetros para verle bien la cara.
―¿Perdona?
―Que si lo quieres ―repitió muy despacio―, tendrás que pa-gar-lo.
Yo sabía que Gabriela tenía estas cosas. No éramos íntimos, pero algo me había contado sobre sus fechorías sexuales. Le gustaban mucho los juegos y los juguetes. ¿Se querría sentir esa noche como una putita fina, que la tratase como un objeto sexual?
―¿Cuánto? ―pregunto.
―Setenta euros ―dice muy segura.
Si quería ponerme cachondo, lo estaba consiguiendo. Deslicé las manos hacia abajo y le agarré descaradamente el culo.
―Pero entonces serás toda para mí ―digo yo también muy serio―. ¿Entiendes? Toda para mí.
―Setenta euros ―repite la tía, muy tranquila.
La cabeza me dio vueltas. Yo nunca había ido de putas, pero de pronto fui consciente de que podía tener a aquel pedazo de hembra totalmente a mi disposición y hacer lo que quisiera. Me eché la mano a la cartera, saqué dos billetes y se los di. La muy cabrona los dobló dos veces y se los metió en el escote.
―Vamos a mi cuarto.
Cuando estábamos a un lado de la cama, una grande de matrimonio, se echó mano al vestido para quitárselo.
―No, no, quieta ―le dije―. Aquí mando yo.

Me acerqué a ella y empecé a examinarla a placer, como si me hubieran regalado una potra. Le pasé las manos sobre las tetas, apretándoselas, le acaricié la cara, le pasé los dedos por los labios, deformándoselos, la olí donde me dio la gana, la hice girarse y le toqué el culo, la puse de espaldas contra mí, le metí la mano bajo la falda y le toqué el coño sobre las bragas. «Toda para mí.» No me lo creía.

Gabriela se dejaba hacer, totalmente rendida y obediente. Le comí la boca, allí de pie, como pocas veces había hecho con una tía en mi vida, sujetándola por la nuca. Cuando ya estaba más que empalmado, me saqué la polla por la bragueta, le agarré la mano por la muñeca y le dije:
―Hazme una paja, putita.

Dejé que lo hiciera sin dejar de mirarla a los ojos y a sus labios rojos, teniéndola cogida por el pelo. Me la sacudió obedientemente con su mano delicada. Joder, cómo me ponía. Volví a comerle la boca con rabia. Tuve que parar para no correrme allí mismo.

Le di de nuevo la vuelta, pegándola contra mí, y le metí la mano bajo las bragas. Aquello estaba chorreando, la virgen. Saqué los dedos empapados y me los llevé a la nariz. Manjar de dioses. Se los metí a ella en la boca.
―¿Y esto? ―le dije al oído, como un degenerado―. ¿La putita está cachonda?

La empujé hacia la cama e hice que apoyara las manos en el colchón. Y así mismo, de pie, le subí la falda de mala manera, le bajé las bragas hasta las rodillas, me agarré la polla y se la ensarté en el coño sin contemplaciones. Qué culo, chaval, ¡qué culo! Menudo panorama, aquella carne tersa vibrando con mis embestidas. La sujeté por las caderas y me la follé de lo lindo, parando justo a tiempo para no correrme.

El calor había aumentado muchos grados. Me encantaba verle la cara colorada. Ahora tenía ganas de verle las tetas, así que le bajé el vestido hasta la cintura, haciendo que cayeran al suelo los dos billetes. Me ocupé de ellas todo lo que quise. No eran muy grandes, pero eran perfectas. Qué deliciosos pezones. Menuda mamada les hice. Y la sujetaba todo el rato por la melena, obligándola a echar el cuello para atrás. Me estaba comiendo a placer un postre con tres estrellas michelín por 70€.

Sin sacarle del todo el vestido, con las tetas por fuera y sin bragas, la eché con brusquedad sobre la cama. Me desvestí a toda velocidad y me la follé a lo misionero. Su coño estaba tan lubricado que apenas notaba resistencia. La taladré agarrándole del pelo en un puño y acercando bien mi oreja a su boca, porque sus gemidos de putita fina me ponían loco de verdad. Cuando estuve a punto de correrme, me separé de ella y me puse de pie junto a la cama.
―Ven aquí ―le dije tirándole de la muñeca. Hice que se pusiera de rodillas en la alfombra para que me la chupara―. Quiero verte la cara llena de leche.

Gabriela obedeció solícita. Me miraba a los ojos desde abajo con una expresión de vicio que era para verla. Me la mamó como una auténtica profesional, usando sabiamente su mano llena de saliva. Cuando me vino el orgasmo, la sujeté por la melena, me agarré la polla y me descargué sobre su cara soltando gemidos de orangután. Los lefazos blanquecinos le surcaban toda la cara. Ni corta ni perezosa, mi putita de pago me agarró la polla y empezó a golpearse con ella y a restregársela por encima de la boca, refregándose todo el semen. No me lo creía. Si hubiese tenido más leche, me habría corrido de nuevo.

Tras darle dos besos de despedida, a punto ya de cerrar la puerta de la entrada, me dice desde el sofá donde estaba recostada, chupándose un dedo, con cara de zorra:
―Cuando me necesites, ya sabes dónde estoy.

Gabriela hasta el final.

Publicado por: evander
Publicado: 06/07/2025 20:12
Visto (veces): 287
Comentarios: 1
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Comentarios (1)

xpalu | 07/07/2025 13:53

Muy buen relato pero yo le doy el dinero y me voy el sexo no sé paga es placer para los dos

evander | 07/07/2025 16:43

Jajaja, sí, se t ve un poco irritado. Confesión: la escena real es como la acabas d imaginar. Era un juego, y después me devolvió el dinero. 😉

xpalu | 07/07/2025 17:09

Jijiji ya me quedo más tranquilo y perdona por mi cabreo

evander | 07/07/2025 20:39

No problem.👍

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