La tentación de la carne joven

La tentación de la carne joven

Estas cosas le pueden pasar al más pintado. Hasta yo mismo me sorprendí, siendo como soy una persona bastante legal. Pero uno no es de piedra. Les contaré lo que sucedió.

Mi anterior pareja, Acoraida, se vino a vivir a mi casa con su hija Maribel. Estuvimos algo más de 13 años juntos. Nos llevamos siempre muy bien y nunca hubo secretos entre nosotros. Lo compartíamos todo. Como todos saben, para que una convivencia funcione, hay que ser tolerantes con las particularidades de cada uno, y eso es lo que hacíamos.

Entre otras cosas, yo mismo fui comprensivo con la niña cuando jugaba y correteaba a todas horas por la casa, cuando rompía algún objeto o cuando usaba mi ordenador para sus trabajos escolares, en fin, ese tipo de cosas. También aceptaba sus descuidos al salir desnuda del cuarto de baño después de darse una ducha, ya fuera porque olvidaba la ropa o que hiciese calor. Ninguno le daba la menor importancia. Sin malicia, vi crecer sus pechos, vi brotar su vello púbico y la vi sobrepasar a su madre en estatura.

Cuando Maribel tenía 18 años, Acoraida tuvo que desplazarse a Salamanca y pasar allí un año para cursar un máster de Economía. No fue una época fácil para mí, pero traté de seguir como pude con mis rutinas, entre ellas la de llevar a su hija al instituto.

Una tarde, mientras leía el periódico, Maribel salió de la ducha desnuda y se dirigió a su cuarto. En esa ocasión, tropezó en medio del pasillo y se cayó al suelo. Aunque me resultó un poco embarazoso, me fui hacia ella y la ayudé a levantarse.

En ese instante descubrí que ya era una mujer hermosa. Como hombre que soy, no pude evitar sentirme atraído sexualmente. Lo disimulé como pude, pero admito que miré de reojo su cuerpo. Tenía los pechos grandes y firmes, con las aureolas rosadas y tiernas. Llevaba el sexo rasurado en las ingles, con el vello recortado sobre la vulva. Le observé los labios algo sobresalientes, deliciosos. Todo duró solo unos instantes, pero me sentí excitado. Luchando contra mis deseos, le di la espalda. No quise que notara mi miembro, que comenzaba ya a levantarse.
―A partir de ahora, sales vestida del baño, Maribel, ¿ok?
El incidente quedó ahí, sin más. Yo regresé a mi lectura y ella se fue a su habitación. Pero más tarde, mientras estábamos cenando, me preguntó por qué, y le contesté:
―Ya eres una mujer. No está bien que andes desnuda por la casa.

Como pude, le expliqué que yo era humano y que podía llegar a excitarme. Ella se rio a carcajadas, dijo que vaya una tontería, y que de todos modos eso no tenía nada de malo.

No supe muy bien cómo encajarlo. Aparentemente no le dio ninguna importancia, aunque luego hizo algo que me desconcertó: se fue a por unas latas de cerveza y las puso sobre la mesa. Entonces me dijo:
―Si ya somos adultos, podemos beber alcohol, ¿no?
Una chica lista, buena jugada. Solo pude sonreír. Le seguí el juego y tomamos las cervezas. El alcohol finalmente nos ayudó a soltar un poco la lengua. Me preguntó si yo le había sido infiel a su madre alguna vez. Le dije que no, por supuesto.
―¿Por qué me preguntas eso?
―No sé... No eres mi padre verdadero. Los hombres a veces hacen eso, ¿no?
―Sí, algunos lo hacen. Pero no es mi caso.
Ella me confesó ―para mi sorpresa, porque yo creía lo contrario― que nunca había tenido sexo con un chico, que sus amigas hablaban todo el rato de eso, pero que ella no participaba. Lo que sí hacía era frotarse los muslos y meterse los dedos, pero quería aprender de una vez todo sobre el sexo.
―Ten paciencia, ya conocerás a alguien. ¿Qué prisa tienes?
Tomó un sorbo más.
―¿Y por qué no ahora? ―me dijo, y comenzó a acariciarse la blusa sobre los pechos mientras me miraba con malicia.

Yo no daba crédito. Me pilló con la guardia baja. No llevaba sujetador, y sus pezones se le marcaban bajo la tela. A veces la camisa se le subía demasiado y se le salía un pecho. Bajó la otra mano a su entrepierna y comenzó a tocarse. Lo hacía ocultándose detrás de la mesa, pero yo sabía lo que estaba haciendo. Si quería provocarme, lo estaba consiguiendo.

Finalmente se quitó la camisa y la tiró al suelo. Se puso de pie y comenzó a quitarse el pantaloncito del algodón que llevaba. Se quedó solo con las bragas. Al ser blancas, se notaba la mancha oscura de su vello sobre la vulva. Por los lados salían algunos pelillos rebeldes. Yo la miraba anonadado. La mesa cubría mi erección.
―Sabes que no puedo hacer eso, Maribel.
―Pero yo sí ―replicó―. Te he espiado, ¿sabes?
Abrí los ojos, sorprendido.
―¿Qué?
―Sí, te he visto desnudo mientras te duchas. Y a veces te he visto follando con mi madre, jajajaja. Voy de puntillas hasta vuestro cuarto y me asomo despacio. Sé que... ―rio tapándose la boca―. Sé que no te deja metérsela por el culo, porque no le gusta. Mis amigas hablan de eso todo el rato, y yo no me lo creía. Pero te vi a ti intentándolo con ella.
Mi erección era ya indisimulable, me latía el corazón a todo trapo. Di un trago más a mi lata, nervioso.
―No deberías hacer eso. Es algo íntimo.
Volvió a reírse. Estaba de pie y seguía mirándome en actitud coqueta. Se acariciaba las bragas con descaro, se pellizcaba un pezón. Me era imposible retirar la mirada.
―Yo soy más abierta que ella ―dijo con chulería.
―¿Cómo abierta?
―Sí, yo quiero probarlo todo. Quiero que me ayudes, que me enseñes a disfrutar del sexo sin tabúes.
―Jajaja, estás loca. Además, te he dicho que no puedo hacer eso.
―No diré nada, te lo prometo ―dijo con desespero―. ¿Qué te cuesta?
Se acercó a mí, descalza como iba, se sentó sobre mis piernas, me rodeó el cuello con los brazos y trató de besarme. Yo no sabía qué hacer. Por más que quise evitarlo, mi pene erecto se le clavaba entre las nalgas. Ella presionaba sus pechos contra mí, hacía pequeños balanceos con sus caderas forzando el frotamiento de mi polla. No pude resistirlo más: la rodeé con los brazos y le correspondí. Nos besamos en los labios y enseguida sacamos nuestras lenguas.
―Es suave ―dijo.
―Sí, mucho. Y tú más aún ―le dije. Me sentí arrasado por su tacto y su olor.
―Otra vez ―susurró juguetona, y volvimos a besarnos rozando nuestras lenguas.
Fui recorriendo su cuerpo con mis de dedos, le acaricié los pechos, lamí el lóbulo de su oreja, llevé mi mano a su braguita, que comenzaba a estar caliente y húmeda. Con disimulo, llevé los dedos impregnados de su olor a mi nariz. Me voló la cabeza.
―Me gusta cómo me tocas ―me dijo al oído.
Era irresistible. Quizás lo hacía intencionadamente para provocarme, pero empezó a emitir pequeños gemidos. Su cuerpo se mecía con mis caricias y besos. No pude aguantar más. La cogí en brazos y la coloqué tendida sobre la mesa. Por un momento, estuve a punto de detenerme. No podía creerme que estuviera sucediendo, pero me incliné sobre ella y comencé comérmela: le acaricié todo el cuerpo, le mordisqueé el cuello, lamí sus pechos, chupé sus duros pezones.
―Ay, que rico ―dijo respirando con agitación.
Le besé el ombligo y su cuerpo se contrajo. Soltó una risilla.
―¡Me hace cosquillas!
Le saqué las bragas y me las llevé de nuevo a la nariz. Aspiré.
―¿Qué haces? ―preguntó sorprendida.
―Nada.
―Dímelo ―insistió―. ¿Por qué has hecho eso?
―Es por... el olor de tu sexo. A los hombres nos excita.

Abrí despacio sus piernas y me quedé mirando su vagina, los labios rosados y perfectos asomando entre el vello. Quise mostrárselo de nuevo y comencé a olérselo minuciosamente. Su olor me llenó y destruyó definitivamente cualquier barrera moral que pudiera tener. Empecé a saborear sus jugos. Los gemidos de Maribel ahora sí que eran más intensos e involuntarios.

Su pelvis comenzó a moverse arriba y abajo suavemente. Abrí más sus piernas y comencé a succionarle a placer los labios, que ya estaban rojos y excitados. Mordí sus nalgas blancas y duras, las abrí y le lamí el ano cerrado, haciendo que ella se estremeciera.
―¡Malo! ―exclamó――. Eso no es la vagina.
―¿No te gusta?
―Sí... mucho.
Seguí haciéndolo. Luego empapé dos dedos en mi saliva y hurgué en su sexo. Estaba muy húmedo. Los introduje despacio, moviéndolos adentro y afuera.
―Ay... ―gimió.
―¿Te gusta?
―Sí...
Su pelvis volvía a moverse. Eché más saliva, aumenté el ritmo, empecé a agitarlos dentro, rozándole las paredes. Me incliné sobre ella y comencé a chupar y lamer el clítoris sin dejar de penetrarla. Su cuerpo se agitaba cada vez más.
―¡Ay, joder, qué pasada! Así, sigue...
Continué unos instantes más hasta que de pronto comenzó a tener contracciones. Maribel se llevó la mano a la boca para ahogar un fuerte jadeo. Juntó sus muslos instintivamente, muerta de gusto, atrapándome en medio. Dejé de atosigarla hasta que su cuerpo se calmó. Tenía todo el cuerpo húmedo.
―Joder... ―fue todo lo que dijo, con la respiración agitada.
Me puse de pie y la senté en el borde de la mesa, tomé su rostro en mis manos y la besé en la boca.
―Ven, siéntate en la silla ―le dije. Yo me puse de pie y me quité el pantalón y los calzoncillos. Me subí a la mesa, ofreciéndole mi erección―. Te toca a ti. Haz todo lo que te apetezca.
Miró mi polla un poco desconcertada. La acarició con los dedos, como si fuera un juguete nuevo. Me hizo gracia. Luego acercó su cara y justo antes de posar su boca, dijo:
―Por fin... ―Entonces se puso a olfatearla―. Qué raro huele... ―Yo no supe qué decirle, pero por su sonrisa pensé que no le desagradaba.
Luego sacó su lengua y comenzó a lamerla como si fuera un helado, de abajo arriba, a darle besitos. De vez en cuando, daba una chupaba a la punta roja, como si fuera un chupachups. Continuó así hasta que puse una mano sobre su cabeza, la atraje hacia mí y le dije:
―Métetela en la boca.
Empezó a chuparla abriendo al principio los ojos, como asombrada. Luego los cerró y comenzó a mover su cabeza arriba y abajo, despacio.
―¿Así? ―preguntó mirando hacia mí.
―Así es perfecto. Sigue, anda.
Empezó a saborearla, rodeaba el glande con su lengua a medida que fue cogiendo confianza. Se concentró en el orificio, hurgándolo con la punta. De la excitación, me agarré yo mismo la polla y comencé a jugar con ella, la balanceé frente a su cara, le di golpecitos en los labios y en las mejillas. Le mostré los testículos y le dije:
―Lámelos. ―Puse su mano en mi polla―. Pajéame mientras lo haces.
Lo hizo durante unos instantes y luego dijo:
―Quiero ver el semen.
Sus palabras hicieron que me vibrara todo el cuerpo.
―Ven ―le dije intentando contener mi ansiedad.
Me bajé de la mesa y le pedí que se arrodillara. Le puse la polla frente a la boca.
―Chúpala ahora muy seguido.

Comencé a moverme acompasando mis movimientos a los de su cabeza, que yo atraía con mi mano. La saliva se le salía por la comisura de los labios. A veces se la sacaba para respirar, la lamía de abajo arriba. Yo la tomaba en mi mano y se la pasaba por los labios. Cuando lo hacía, ella miraba hacia arriba buscándome la cara, con curiosidad, sorprendida por ver lo que le gustaba a un hombre.

Continuó mamando unos minutos hasta que finalmente llegó mi orgasmo. Los chorros de semen la pillaron desprevenida y soltó un quejido de sorpresa. Abrió su boca y sacó su lengua, desesperada. Yo agarré mi polla y seguí masturbándome. Los chorros le cayeron en la cara, manchándole la nariz, la frente y el pelo.

Quedó impresionada. Así y todo, con los dedos comenzó a restregarse algunas gotas que habían caído sobre sus tetas. Entretanto, yo me recuperaba apoyado en la mesa y sin dejar de mirarla, incrédulo.
―Sentí tu chorro en mi garganta ―dijo sonriendo―. ¡Sabe dulce! ―añadió, y se chupó los dedos, que tenía manchados de semen.
Me incliné hacia ella, la tomé por los brazos y la puse de pie. La miré a los ojos, le aparté el pelo de la cara. La besé.
―Ha sido fantástico ―le dije―. ¿Te ha gustado? ―Ella asintió con la cabeza―. Pues este será nuestro secreto, recuérdalo.
―Claro. No lo diré a nadie. Pero... ¿me seguirás enseñando?
La volví a besar en la mejilla.
―Sí. Anda, ve a ducharte.
Recogió su ropa del suelo, muy contenta, y se fue hacia la ducha de puntillas, dando saltitos. Admiré su cuerpo joven con deleite una vez más mientras se marchaba. «Hay tipos con suerte», pensé.

Publicado por: evander
Publicado: 15/07/2025 05:35
Visto (veces): 495
Comentarios: 4
A 26 personas les gusta este blog
Comentarios (4)

layne77 | 15/07/2025 14:42

Sin vergüenza usted

layne77 | 15/07/2025 16:01

Italiano Tu pareja puede estar orgullosa de tener un hombre que se aprovecha de su hijastra,

evander | 15/07/2025 16:15

Q hijastra, cenutrio? Solo éramos pareja, y la niña era su hija, no la mía. Dándome sermones y no se entera ni d lo q lee... 🤦

layne77 | 15/07/2025 18:39

Italiano Eres un hombre de verdad, un macho de verdad, adiós idiota, vuelve a masturbarte con chatgp

bidiscretotfn | 15/07/2025 11:13

Buenisimo relato, si te va el morbo pajas o te hagan una mamada avisa por privado, soy super discreto y la como mejor que una tia

evander | 15/07/2025 11:18

😅 anotada la sugerencia, bidis, pero va a ser q no. Y gracias, me alegro d q te haya gustado. 👍

gadf90 | 15/07/2025 10:26

Me da que estás enfermo

evander | 15/07/2025 11:07

Quién es el escandalizado, él o ella? 😁

beczeta | 15/07/2025 11:18

La crías y dices que te sientes atraído que si estoy y lo otro... vaya grima tuve que parar hay líneas que no se pasan... igualmente buen relato por chat gpt

evander | 15/07/2025 11:28

Hay para todos los gustos en la viña del Señor. Hay personas d moralidad mojigata para quienes este relato es inadmisible. ¿El chat gpt elabora relatos eróticos con líneas q no tienen un pase?? 🤣 Pues, oye, entonces la responsabilidad no es mía, métete con él. 😅

rmcf222 | 15/07/2025 09:12

Que rica la foto

evander | 15/07/2025 09:17

Ya te digo. Ni los toros d Miura... 😅

Nuestra web sólo usa cookies técnicas para el correcto funcionamiento de la web. Más información